

Las desigualdades internacionales representan uno de los desafíos más profundos y persistentes de nuestro tiempo. No se trata simplemente de diferencias entre países, sino de brechas estructurales que condicionan el acceso a recursos, el ejercicio de derechos fundamentales y las oportunidades de vida de miles de millones de personas. Estas desigualdades no son fruto del azar ni inevitables; son la consecuencia de procesos históricos prolongados, relaciones económicas desequilibradas y decisiones políticas que han consolidado un orden mundial marcadamente injusto.
